Lo que vemos, el pueblo, es que nuestro Presidente tiene muy buenos propósitos. Quiere transformar a México. Pero… está tomando decisiones apresuradas; él solo, sin tomar en cuenta a los demás, y sin tomar las debidas precauciones, ni medir todas las posibles consecuencias. Y como primeros resultados, hay saldos rojos de gastos millonarios que se pudieran evitar, como en el caso del aeropuerto y la toma, por tanto tiempo, de las vías ferroviarias. Hay saldos de trágicas muertes que nunca debieron pasar y pasaron, al cerrarse los ductos de gasolina para tantos millones de gentes. Cuántas incomodidades, horas y horas perdidas, y cuánta desesperanza porque el desabasto sigue sin solucionarse, por la evidente falta de previsión.

Lo que vemos, es que, la palabra del Presidente de la República, ni es mágica ni todopoderosa. Es mucho lo que quiere hacer y muy poco lo que ha podido hacer. No tiene la paciencia del que primero siembra, luego espera hasta que sea el tiempo de la cosecha.

Sus propuestas son incendiarias, controvertidas, claramente imperfectas, cojas, sin afán de buscar el consenso de los demás. Pareciera que piensa en el beneficio del pueblo que luego, él, le pedirá su voto por el favor recibido de su mano caritativa presidencial, que no da de lo suyo, sino que reparte al pueblo… lo del pueblo.

Sin embargo, no todo es negro y mucho menos malo. Insisto, tiene buenos propósitos e intenta nuevas formas de querer gobernar, con austeridad republicana. Habla mucho de luchar contra la corrupción y de combatir la inseguridad, aunque, todavía, no ha dado resultados contantes y sonantes. Tiene prisa de cumplir y no quedarse en promesas de campaña. Y por todo esto, hace que el pueblo le apueste a la esperanza de que suceda. Todos votamos por la esperanza, por algo nuevo y por algo mejor.

Ahora, hay que aprender la lección del agricultor que gusta sembrar y sabe esperar. En 60 días, apenas está aprendiendo el difícil arte gobernar a todos y buscando el máximo bien común•