Segundo Domingo de Cuaresma

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Por: Pbro. Armando de León Rodríguez – Arquidiócesis de Monterrey

La transfiguración Queridos hermanos y hermanas: Para poder entender el relato que nos describe el evangelista San Lucas, es necesario comprender la palabra transfiguración. Ésta proviene del griego y significa cambio de forma o de figura. San Lucas nos relata que Jesús llevó a tres de sus discípulos más íntimamente ligados a él, -Pedro, Santiago y Juan- al monte Hermón, que alcanza una altura de 2,814 m sobre el nivel del mar. Luego aparecieron Moisés y Elías, quienes hablaron con él, por lo que Pedro sugirió que hiciesen tres chozas para ellos. Se oyó luego una voz desde una nube que decía: Este es mi hijo, mi escogido, escúchenlo. Moisés y Elías representan la Ley y los Profetas del Antiguo Testamento, Ley y Profetas que se cumplen y son remplazados por Cristo.

Este pasaje de la Escritura nos enseña que en los momentos más importantes de la vida de Jesús, ante las elecciones más determinantes, Él se prepara refugiándose en la oración. Es la oración quien lo prepara para tomar las decisiones más importantes en su vida y es la oración la que lo transfigura. Fue la oración la que hizo su vestido blanco como la nieve y su rostro resplandeciente como el sol. Según este programa, deseamos partir de este episodio para examinar el lugar que ocupa en toda la vida de Cristo la oración y el lugar que ésta debe ocupar en nosotros. Este tiempo de cuaresma, es un tiempo propicio para hacer oración, dirigirnos a Dios durante toda nuestra jornada, amanecer y dirigirle a Dios una palabra, ir en nuestro automóvil, detenernos ante algún templo, acudir a Dios por la tarde, no olvidarlo al comer nuestros alimentos o antes de descansar por la noche. Quien ora, tranquiliza su alma, ve su propia realidad y la oración lo transforma, cambia su forma de pensar, de sentir y de actuar. La oración nos permite echar un vistazo al misterio profundo de nuestra persona. Descubrir cómo estamos haciendo las cosas, cuál es nuestro proceder y así realizar un esfuerzo por mejorar nuestra vida.

Este tiempo de cuaresma es tiempo de esperanza para cada uno de nosotros, existe la posibilidad de mejorar, es tiempo de convertirnos y de cambiar nuestra vida, de asemejarnos a Cristo el Señor. Se abre para cada uno de nosotros la posibilidad de mejorar nuestra vida, de transfigurarnos y no desfigurarnos ante los embates de la existencia. ¿Cuáles son los rostros desfigurados que requieren transformación? La cuaresma es un tiempo propicio para cambiar, emprendamos hoy el camino hacia la resurrección. Dios quiere que el hombre también se renueve. Si biológicamente esto sucede, ¿entonces por qué no debería suceder en lo espiritual? Se renueva la sangre: de acuerdo a la medicina, cada segundo mueren 2 millones de células sanguíneas y son remplazadas por otros dos millones. Todos sabemos que la piel también se renueva, para que así las células viejas sean remplazadas por las nuevas. El hombre interior también debe renovarse de día en día. Hoy es tiempo de nacer de nuevo. En tu primer nacimiento fue tu madre quien lo realizó con esfuerzo. Hoy te toca a ti despojarte de aquello que te daña para así lanzarte a la vida. Hoy, Dios te quiere crear de nuevo. Este pensamiento lo desarrolla Don Gabriel García Márquez en su libro El amor en tiempos de cólera: “Los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga otra vez y muchas veces a parirse a sí mismos”.

San Agustín tuvo su primer nacimiento de su madre, quien con dolor le dio a luz, su segundo nacimiento fue cuando se convirtió y le costó a su madre: sufrimiento, dolor y lágrimas. Le costó más que su propio nacimiento físico. Queridos hermanos y hermanas: Este texto de la Transfiguración manifiesta que el Señor quiere que no olvidemos el destino de este camino, que el transporte no lo convirtamos en destino, y que nuestros medios no los transformemos en fines. La transfiguración en este segundo domingo nos invita a que no le tengamos miedo a ese nadar contra la corriente, puesto que en el río de la vida los únicos peces que no nadan contra la corriente son aquellos que están muertos. A cada uno de nosotros quiere el Señor hoy confortarnos con la esperanza del cielo que nos aguarda, especialmente si alguna vez el camino se hace costoso y asoma el desaliento. Pensar en lo que nos aguarda nos ayudará a ser fuertes y a perseverar. No dejemos de traer a nuestra memoria el lugar que Dios nuestro Padre nos tiene preparado y al que nos encaminamos. Por otra parte, el texto evangélico menciona que los discípulos querían hacer tres chozas para quedarse con Jesús, porque aquello que vivían era sorprendente. Pues de igual manera, hemos de decir que cuando la desgracia nos alcanza, deseamos que pase pronto; nos cuesta recibir la visita del dolor bajo cualquiera de sus rostros: enfermedad, fracaso, soledad. Pero, cuando vivimos momentos de felicidad y de gozo, nos gustaría poder eternizarlos y que el tiempo se parase. Seguramente, reconocemos en las palabras de Pedro un eco de las nuestras: ¡qué bien estamos aquí!, ¡qué hermoso es lo que estamos viviendo!, ¡qué a gusto nos encontramos en este ambiente o con estas personas! Tal vez, a ambas reacciones, la de huir del dolor y la de retener la felicidad, responde el deseo expresado por Pedro: Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres chozas. Sin embargo hemos de entender que la gloria no se alcanza sin la muerte. Además, Dios Padre pide a los testigos de la transfiguración y nos pide a nosotros que escuchemos a su Hijo. Escuchar implica estar atentos, prestar atención a lo que hemos oído, sintonizar con los sentimientos de la persona que habla.

Un rasgo se une en el relato a la revelación de Dios: guardaron silencio. Vivimos muchas veces con prisas, aturdidos por muchas palabras vacías y nos resulta difícil encontrar tiempo para escuchar a Dios y a las personas. Tal vez fuera bueno hacer esta cuaresma la experiencia del silencio. Ahí, en el silencio y en la oración, podremos afianzar nuestra fe y esperanza y encontrar el aliento necesario para aportar luz, ánimo y consuelo a quienes viven desfigurados por la vida. Se nos invita a subir a la Montaña pero que después no nos quedemos en ella sino que tenemos que aprender a descender para que con la fuerza de lo sobrenatural afrontemos la carga de lo natural, para que lo que en la montaña recibimos nos ayude a vivir decorosamente en el asfalto, para que al subir hallamos aprendido a ensayar nuestro vuelo de tal manera que al bajar evitemos el solo reptar sin un sentido auténtico de nuestra dignidad. Termino esta reflexión cuaresmal invitándolos a darle a la oración y al silencio un lugar importante en nuestra vida, a escuchar a Jesús y a hacer un esfuerzo por transfigurarnos en otro Cristo, en aquello que debe ser nuestra vida. Así sea.