Queridos hermanos y hermanas: Con esta celebración dominical entramos en el tiempo litúrgico del Adviento, tiempo que busca prepararnos para celebrar las fiestas del nacimiento de Cristo, y tiempo que busca prepararnos para la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos, descubriendo si estamos preparados para el encuentro definitivo que tendremos un día con el Señor.

Todos nosotros, pretendemos vivir en profundidad las fiestas de navidad, evitando toda superficialidad vana que nos impida prepararnos espiritualmente al nacimiento de Cristo. El reto no es sencillo porque la sociedad de consumo nos incentiva a poner demasiada atención a lo externo: regalos, adornos, cenas y reuniones, todos ellos aspectos bellos y coloridos; que deben reforzar y no hacernos olvidar el motivo de la fiesta: Cristo nació, vino al mundo para salvarnos y por ello es grande nuestra alegría, es tan grande nuestra alegría que adornamos nuestras casas, nuestros templos, damos regalos y ofrecemos cenas especiales porque nos ha nacido un salvador.

En la lectura bíblica que acabamos de escuchar, tomada de la primera carta a los tesalonicenses, el apóstol san Pablo nos invita a preparar la “venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes. 5, 23) conservándonos sin mancha, con la gracia de Dios. San Pablo usa precisamente la palabra “venida”, parousia, en latín adventus, de donde viene el término Adviento. El significado de esta palabra se puede traducir por “presencia”, “llegada”, “venida”. En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para manifestarse con fuerza, o para invitarnos a participar en su fiesta.

Los cristianos adoptaron la palabra “Adviento” para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre “provincia” denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en Él. Con la palabra adventus se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.

Como mencionó el Papa Emérito Benedicto XVI: El tiempo de Adviento es un período privilegiado para los cristianos ya que nos invita a recordar el pasado, nos impulsa a vivir el presente y a preparar el futuro. Por lo tanto, el significado de la expresión “Adviento” comprende también el de visitatio, que simplemente quiere decir “visita”; en este caso se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí.

En la vida cotidiana todos experimentamos que tenemos poco tiempo para el Señor y también poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el “hacer”.

¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses monopoliza nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces las cosas nos “arrollan”.

El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos en silencio, para captar una presencia, la presencia del Dios que nos acompaña y que está presente en nuestra vida. Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros. Dios nos hace percibir su amor, en nuestro interior debemos estar convencidos del amor que Dios nos tiene.

El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como “visita”, como un modo en que él puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación?

Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, una espera que es al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como “kairós”, como ocasión propicia para nuestra salvación. Como menciona Dietrich Bonhoeffer, líder religioso alemán: Una celda de una prisión en la que uno espera y espera, y es totalmente dependiente del hecho de que la puerta se abra desde el exterior, no es una mala imagen de adviento.

Jesús explicó esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar el regreso de su dueño; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y la siega. En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño quiere crecer; cuando es adulto busca la realización y el éxito; cuando es de edad avanzada aspira al merecido descanso. Pero llega el momento en que descubre que ha esperado demasiado poco, al ser humano le hace falta tener más esperanza. Miren, la esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el Reino de Dios, reino de justicia y de paz.

Quiero decirles que existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente.

Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el presente, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. De este modo, el Adviento cristiano es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y que nació en la pobreza de Belén.

Al venir entre nosotros, nos trajo y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Dios, está en medio de nosotros, y nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos entristecen, la impaciencia y las preguntas que brotan de nuestro corazón. Estamos seguros de que nos escucha siempre. Y si Jesús está presente, ya no existe un tiempo sin sentido y vacío. Si él está presente, podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades.

Queridos hermanos y hermanas, termino esta reflexión dominical diciéndoles que el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede eliminar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados. La Virgen María, por medio de la cual nos ha sido dado el Niño Jesús, es modelo y sostén de este íntimo gozo. Que ella, discípula fiel de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico, vigilantes y activos en la espera.

Así sea.