Hablar de educación en los tiempos del Internet y el flujo constante de información es uno de los retos más grandes de esta generación. La historia de la pedagogía y de la didáctica es sumamente extensa y presenta una complejidad digna de muchas horas de estudio e investigación. La facilidad de compartir contenidos en la red a través de un constante intercambio de información nos ha llevado a muchos de nosotros a tener, aunque sea mínima, una cierta “cultura en educación”. Los aspectos positivos de dicha cultura nos han hecho marcadamente más sensibles ante la importancia de educar con calidad y calidez, nos ha abierto el panorama a un mundo nuevo de maneras de educar o “métodos didácticos”, nos ha ayudado, probablemente, a aumentar las expectativas educativas de las personas con las que vivimos, entre otros tantos aspectos positivos. Pero el tema de la educación en la Web no está exento de aspectos negativos e incluso peligrosos. Estos peligros se resumen sobre todo en la manera poco científica de presentar los contenidos sobre la educación, la simplicidad o reducción teórica de las intervenciones educativas presentando “recetas mágicas” para educar e instruir mejor.

Consideramos, desde nuestro pobre punto de vista, que una visión ingenua sobre la educación, sus actores y sus procesos, no puede ser de mucha ayuda en nuestro tiempo y que las consecuencias de un acto educativo realizado en manera equivocada pueden suscitar graves problemas para la persona, la familia y la sociedad. Por tal motivo deseamos, a través de este medio, ofrecer una reflexión lo más objetiva posible, científica y basada en la experiencia sobre lo que significa educar, sin duda alguna, como lo decía al principio, el mayor reto de nuestra generación.

Desde está perspectiva consideramos que es conveniente comenzar nuestro recorrido por el maravilloso mundo de la educación centrándonos en la “relación educativa” y el adulto que interactúa en ella. Zbigniew Formella, doctor en psicología y docente universitario, comienza su libro El educador maduro en la comunicación relacional, con un ejemplo de su infancia que creemos pueda ilustrar esta primera aproximación al rol del adulto en la relación educativa. Cuando nuestro estimado profesor tenía diez años un compañero de clase se enfermó gravemente, una serie de crisis respiratorias debidas a su asma pulmonar. Esta enfermedad alejó al pequeño amigo de nuestro profesor de la escuela por más o menos seis meses. Cuando su pequeño amigo regresó a clases su único tema de conversación con sus compañeros eran sus ganas incontenibles de estudiar, estudiar mucho, porque en el futuro, nuestro pequeño amigo enfermo, se convertiría en un gran médico, capaz de curar las enfermedades respiratorias. Nuestro profesor relata que efectivamente ahora su compañero de escuela es un gran médico y se dedica a atender este tipo de situaciones (cfr. Formella, 2009, 9-10).

De inmediato salta a nosotros la figura del “mito” que se hizo visible en la persona del médico que atendió a este pequeño. Este niño, que vivió una experiencia sumamente importante, fue marcado profundamente por una persona con una competencia profesional y humana extraordinaria, una persona que todos los días lo visitaba y se hacía responsable de su bienestar, que lo incitaba a seguir adelante, que explicaba con paciencia cuanto le estaba sucediendo. La manera de ser de este buen médico provocó en el niño el gran deseo de ser como él, un deseo que más tarde se convierte en estilo de vida y una manera de servir a la humanidad (cfr. Formella, 2009, 9-10).

La relación educativa comienza precisamente a partir de hombres como este médico, hombres que se han convertido en “mitos” o, como lo dice el profesor Formella, en “educadores”. Ser educador significa convertirse en un “puente” para las jóvenes generaciones de hoy hacia su transacción a la vida adulta de mañana. En este sentido la madurez del educador, su manera de comunicar y guiar, han transformado profundamente la visión de la vida de un hombre pequeño, nuestro alumno enfermo, en el camino hacia su propia madurez. Pero para ser un “puente eficiente” nuestro educador necesita hacer un camino propio de maduración sostenido por la capacidad de establecer verdaderas y profundas relaciones humanas, tomando en cuenta la dimensión emocional de la comunicación y las habilidades o competencias para mejorar la calidad de las relaciones (cfr. Formella, 2009, 9-10).

En los tiempos del flujo de información y el Internet, para poder educar de manera adecuada, la presencia de un educador maduro en la relación educativa es un elemento totalmente indispensable. Precisamente, profundizar la madurez del “educador competente” será tema de nuestras próximas publicaciones.

Bibliografía: Formella, Z. (2009) L’educatore maturo nella comunicazione relazionale. Roma: Aracne.