LA PIEDAD POPULAR EN FAMILIA, FACTOR DETERMINANTE DE LA VIDA CRISTIANA

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“Qué deseables, Señor, son tus moradas… Dichoso el hombre que confía en ti” (Salmo 84)

Afirmar que la piedad popular (PP) en familia es factor determinante de la vida cristiana pueda que sea mucho atrevimiento. Sin embargo, viendo y contemplando la presencia de tantos niños, púberos y adolescentes en los lugares de culto, bien sea en el templo y demás lugares de oración en su comunidad cristiana, bien sea en algún santuario de su pueblo o en otra comunidad, me hace pensar y me lleva a afirmar que la piedad religiosa de los papás, que desde pequeños llevan en brazos a sus hijos, o de la mano los llevan a algún templo, esa experiencia religiosa va dejando huella en su vida.     

Cuando el infante entra por su pie a visitar algún lugar tenido por sagrado en su pueblo, o entra a algún lugar de culto religioso, caminando al compás de sus papás, de rodillas o de pie, mientras estos van avanzando en su caminar piadoso, me hace pensar que esa experiencia religiosa marca en los infantes un sentido de trascendencia (algo que está más allá de lo que se percibe y que ni siquiera se lo plantea).

Con más sentido y mayor profundidad lo sospechamos cuando contemplamos a los infantes entrados en pubertad, que acuden junto con los papás, o con otros familiares, o personas de su grupo social y, puestos de rodillas, van entrando, desde la puerta principal del templo, sin la obligación imperiosa de sus padres llevándolos de la mano, van avanzando, en veces hasta jugando carreras, hasta llegar a postrarse lo más cerca posible al altar, o lugar donde se encuentra la imagen del Santo o Santa que ahí se venera,  y culmina su entrada de rodillas con una sentida reverencia –rito que repite porque así lo ha visto de sus padres o de otras personas– o hasta algún beso al piso de la primer grada del espacio más sagrado que ahí se considera; y, sin plantearse el por qué, avanza físicamente en su recorrido por ese espacio religioso, avanza en su madurez humana sintiéndose parte del grupo familiar y social,  y avanza en su experiencia religiosa.

Todavía sin balbucear oración alguna y al ver a los papás con la mirada al frente, en alto, o con la expresión de dolor o de cansancio, con el rosario en la mano, o con la mirada al suelo por donde va avanzando, y con otro niño en brazos del papá o de la mamá o de un extraño, ese niño, inconsciente de ser peregrino y compadecido del sufrimiento ajeno, tiende su mano para ayudar a ese familiar hasta llegar a su propósito y sin saber el propósito de mayor fondo que motivó a los papás o al peregrino desconocido para encontrarse en ese lugar religioso.

Esa experiencia, impresa en su corazón y en sus sentimientos, queda gravada en su inconsciente archivo religioso y, aunque no la haya reflexionado suficientemente, le marca pauta de comportamiento familiar y de la comunidad sociológica en la que está integrado. Reza lo que los demás rezan, canta lo que los demás cantan, toma posturas físicas como ve que los demás lo hacen.

Añadimos a lo anterior las enseñanzas que, en familia, sobre todo los papás, a su modo, con su pedagogía y didáctica propia, enseñan el persignado y el santiguado, el Padre Nuestro y el Ave María, el Ángel de la guarda y otras oraciones y prácticas religiosas de patrimonio hereditario familiar, la bendición de los papás ejerciendo su ministerio sacerdotal sin que se den cuenta de ello y desde que el niño está en la cuna; todo un archivo de piedad popular en familia.

¿Qué decir cuando en la edad de adolescencia o ya siendo joven recibe las insignias de alguna encomienda para peregrinar en comunidad hacia algún santuario? Verse con corona de espinas o de flores que le colocan sus ancestros como ritual de iniciación, para integrarse al grupo peregrino que inicia su recorrido. Para estos iniciados, estas ceremonias con los rituales propios son tan importantes que le dan un sentido cuasi sacramental.

Aún antes de escuchar nuestras llamadas “catequesis para los sacramentos de iniciación cristiana”, según nuestra Teología Litúrgica y práctica pastoral, ya han experimentado la acogida comunitaria con sus símbolos, oraciones y rituales propios que administran sus ministros, valga la expresión. Y sin que sepan mucho de Teología, como nosotros “los estudiados” que así nos dicen, ya se sienten unidos por la fe, por sus Santos, sus devociones y sus prácticas.