Somos fieles cristianos todos lo que hemos sido incorporados a Cristo por medio del Bautismo; a partir de este momento, somos integrados al Pueblo de Dios. Sin embargo, no solo se queda este aspecto a una mera razón de fe, todo fiel cristiano no puede permanecer pasivo ante su condición recibida por la gracia de Dios, sino que también estamos llamados a ser partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo. Él nos invita a desempeñar la misión que Dios encomendó a la Iglesia en el mundo.

Los fieles laicos son indispensables en la vida de la Iglesia y necesarios para todo proceso de evangelización, su importancia reside en la profundidad y gran alcance de su labor en la vida eclesial.

Empero, es importante destacar que la fuente de su ministerio en la Iglesia es Cristo, es decir, el origen y fuente de toda su labor en pro del Reino de Dios es la segunda persona de la Santísima Trinidad. ¿Por qué razón? Sencillamente porque Él ha sido el que ha instituido su ministerio, le ha conferido su autoridad y su misión misma, así como su orientación y misión.

La dignidad y la razón misma del ser del laico es Cristo, pues Él para dirigir a su Pueblo y hacerlo progresar, ha instituido en la Iglesia diversos y múltiples ministerios que están ordenados al bien de todo el Cuerpo de Cristo, es decir, en bien de todos sus hermanos. El fin de todos estos ministerios: que todos sus hermanos lleguen al conocimiento de Dios y alcancen la salvación.

Por ello, es necesario que los fieles cristianos laicos emprendan la importantísima labor de anunciar el Evangelio en sus familia, en su comunidad y en otras comunidades, pues «la fe viene de la predicación» (Rm 10, 17). Todos estamos llamados a cumplir el mandato del Señor: predicar la Buena Nueva a todos los hombres. Sin embargo, pudiese surgir temor, mas el enviado del Señor habla en nombre de Cristo; no habla y obra con autoridad propia, pero sí en virtud de la autoridad de Jesús.

Para concluir, Cristo da a todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a su propia dignidad y acción, estamos llamados, según nuestra condición y oficio, a edificar el Cuerpo de Cristo; este es un aspecto que no debiese ser eludido. La importancia de la labor del laico en medio del mundo reside en que somos partícipes en la misión salvífica de Cristo de manera peculiar y propia•