¡A ti oh Dios te alabamos!

Por tu inmensa bondad, por habernos manifestado tu multiforme gracia durante este año que estamos concluyendo.

Por la ternura de tu misericordia que nos ha abrazado y custodiado cada día; por la firmeza de tu brazo poderoso que ha sostenido nuestra debilidad; por la sonrisa de la creación que ha animado nuestra esperanza; por la fe que motiva nuestro caminar.

¡Te Dominum confitemur!

¡A ti Señor te reconocemos!

Porque sería ingrato de nuestra parte ignorar que en Ti somos, nos movemos y existimos, que de Ti todo lo hemos recibido, no porque lo merezcamos, sino porque Tú eres bueno y… “qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiera” (Cfr. Mt 20,16).

Y aunque nuestra alabanza no aumenta tu gloria, sí aprovecha para nuestra salvación (Cfr. Prefacio Común IV), por eso: ¡Bendito y alabado seas por siempre Señor!

¡Te aeternum Patrem omnis terra veneratur!

¡A ti eterno Padre te venera toda la creación!

Porque Tú lo mandaste y existió; enviaste tu aliento, y la construiste (Jdt 16,14); pero no solo eso, sino que en tu providencia magnánima todo lo conservas y orientas hacia su plenitud. ¡Gracias Padre, porque así te ha parecido bien! (Cfr. Mt 11,25)

¡Te Deum Laudamus!

Sí, a Ti oh Dios elevo mi alabanza, pero consciente de que “cuanto hicieres con uno de estos pequeños, conmigo lo hiciste”(Mt 25,40), por eso hoy quiero agradecer a la gran familia que conforma “El Mensajero Diocesano”. Y al agradecer, no solo quiero hacerlo a quienes actualmente están más directamente implicados, sino a todos aquellos que desde hace 18 años han dado vida a “El Mensajero Diocesano”.

Gracias a quienes semana tras semana están al pendiente, como asiduos lectores, del caminar diocesano, del magisterio del Santo Padre y del andar de la Iglesia en nuestra nación y en el mundo entero.

Gracias a aquellas personas que dedican varias horas, a veces bajo el peso del sol, otras soportando el frío o cubriéndose de la lluvia, para llevar “el periódico” al hogar de las familias de nuestra diócesis.

Gracias a tantas secretarias parroquiales y a tantos sacristanes que, sin descuidar sus labores parroquiales, dedican un tiempo para atender, siempre con una sonrisa amable, a quien recorre más de mil kilómetros cada semana para hacer llegar a su comunidad parroquial una buena noticia y un medio para seguir creciendo en la propia formación cristiana; gracias a los distribuidores, de ayer y de hoy.

Gracias a quienes, desde una pequeña oficina, aquí o allá, han abierto su corazón apostólico para trascender el espacio y el tiempo, plasmando, a través de textos e imágenes, “El Mensajero Diocesano”; 929 ediciones dan razón de su dedicación y esfuerzo, pero sobre todo de su amor al Evangelio.

Gracias a quienes, desde la nuestra u otra diócesis, pero con un corazón generoso, han impreso en el papel algo más que un periódico, imprimen en el corazón el gozo de la comunidad eclesial que se alegra de ver los pies del mensajero que anuncia la paz.

Gracias a todos aquellos que se preocupan porque este medio de comunicación se mantenga “vivo”, procurando el sustento económico, quienes buscan la providencia y quienes la ofrecen. “Les aseguro que aquel que haya dado, aunque sea un vaso de agua a uno de estos por ser mi discípulo, no se quedará sin recompensa” (Cfr. MT 10,42).

Gracias a los sacerdotes, que entre sus múltiples ocupaciones, dedican algo de su tiempo para promover entre los fieles de su comunidad “El Mensajero Diocesano” como un medio para informarse y formarse; como un espacio para expresarse y compartir sus alegrías – sus fiestas patronales- sus tristezas – circunstancias que ponen a prueba la fe de la comunidad- y sus inquietudes. La estructura de distribución no sería posible sin su generosa colaboración.

Gracias a quienes hace 18 años, sin dudarlo, remaron mar adentro y echaron las redes confiando en la dulce voz del Maestro. Gracias por haber dado su sí. Gracias a todas las personas que, generosamente, a lo largo de 929 ediciones, han procurado que quede escrito en la memoria, y en el papel, la historia de esta iglesia particular que peregrina en la región de los Altos y la Ciénaga de Jalisco y el Bajío Guanajuatense. Muchas de estas personas ya están gozando de la Patria Eterna, felices y bienaventurados.

Si a alguien he omitido en esta acción de gracias, no es por falta de reconocimiento, sino por falta de memoria; vaya a ustedes todo el agradecimiento que “su Padre, que ve lo secreto, se los recompensará” (Cfr. Mt 6,6)

Consciente de que, como lo reza el himno de la Liturgia de las Horas, ¡no basta con dar las gracias sin dar lo que las merece!, ahora “El Mensajero Diocesano” se pone en manos de Dios, no puede dar más y por ello se da a sí mismo, encomendándose a la tierna misericordia del Buen Pastor.

¡Señor, haz que este puente no se rompa mientras pueda servir a sus hermanos!

Pero si ha llegado su momento: destrúyelo a tu antojo entre tus manos…

Laudetur Iesus Christus