De manos de tus sacerdotes fuiste colocado en tu bello pesebre, gran Hijo de Dios Altísimo. Tu nacimiento, lo más esperado, nos recordó tu llegada a esta tierra tan inmerecida de ti.

Tus santos padres ya te esperaban, y los vimos peregrinar en busca de preparar el corazón de quienes te honramos con los labios y con obras no somos merecedores de llamarnos cristianos, de quienes somos infinitamente pequeños ante tu grandeza, ante nuestras oscuras tinieblas en comparación con tu gran luz del Cielo.

Verte en medio de la pobreza y la sencillez, de la luz y la protección del Padre que tanto te ama, recostado con tus ojitos abiertos de par en par, me hace adorarte, glorificarte y rendirme ante todo lo que eres: el gran Hijo de Dios.

Esta Navidad he pensado mucho en ti, te he tenido en mi corazón naciendo de amor nuevamente por mí, haciéndome saber que tu amor por cada una de las personas de esta tierra no se agota, no nos falta aunque la gran parte del tiempo lo olvidamos y vayamos por el mundo, vagando, arrastrándonos como si no tuviéramos la más honorable razón para sentirnos dignos y enderezar nuestras sendas.

Oh, Jesús, tu presencia lo cambia todo, tu nacimiento lo es todo para quienes creemos y esperamos en Dios, en la promesa del reposo del alma, de una casa paterna donde nos nuestro querido Padre nos observa día a día y muchas veces guarda silencio ante nuestro pecado, ante nuestras fallas humanas que entristecen el corazón de nuestros padres de tierra y perjudican al prójimo y derraman lágrimas de dolor profundo.

Oh, Jesús, ¿cómo pudiera yo arrancar sonrisas de tus santos labios?, ¿cómo podría yo hacer sonreír a nuestro Padre con mis acciones?, ¿cómo podría yo, ante tu nacimiento santo, hacer que mi nombre día a día sea pronunciado en el cielo con alegría porque soy consciente de la alegría de mis hermanos?

Has nacido, Hijo del Padre, has nacido para todos y sin embargo en nuestros corazones tu presencia es personalísima, y entonces quiero retener un poco más con la ayuda del Santo Espíritu tu recuerdo en mí, la necesidad de llevarte grabado en mi interior sabiéndome propiedad tuya, sabiendo que necesito florecer con la primavera para ser semilla de nuevo que pueda agradarte.

Jesús, gran Hijo de Dios Altísimo, Tú lo eres todo y lo transformas todo, gracias por amarme, gracias por hacerme saber que aunque no soy digna de que entres en mi casa, tu maravillosa presencia ya está en ella. Te amo.