La austeridad republicana es el ideal más proclamado por nuestro presidente, Andrés Manuel. Y me parece que es un buen comienzo para vivir nuestro ideal cristiano de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Dicha austeridad republicana pienso que comenzó cuando el presidente actual renunció al boato en el que han vivido todos nuestros mandatarios de la nación mexicana. En tanto que AMLO vive, viste y calza con austeridad republicana. Pero… la vive como un buen fariseo, procurando que todo el mundo se entere.

La austeridad que quiere AMLO pareciera monacal, al imponerla como regla de oro de todo servidor público. El espíritu de esta regla es simple: “Ningún servidor público ha de enriquecerse con el dinero del pueblo.” Por eso, “Nadie debe ganar más que el Presidente de la República.” Suena bien, aunque pareciera misión imposible trastocar este mal hábito de “servirse los gobernantes con la cuchara grande.” México está organizado para que el ciento de millones de abejas obreras procuren la miel que más la disfrutarán la abeja reina y los zánganos.

La austeridad republicana de AMLO, hoy por hoy, ya llegó a la raíz de todos nuestros males: LA CORRUPCIÓN. Y enardecido con “¡tanta pinche transa!” el señor Presidente, picó la mala administración del nuevo aeropuerto, luego picó el grandísimo robo de la gasolina mexicana. Más adelante, fue picado por los alborotadores maestros que tomaron las vías del tren. Y ha seguido picando, cada mañana, de más y más robos, como si toda la administración mexicana estuviera sujeta a la corrupción. Ahora sospecha que hay corrupción en las guarderías infantiles, subsidiadas por el gobierno y sospecha que hay corrupción en la Comisión Federal de Electricidad. Ya, antes, había sospechado que los gobernadores de los estados, también robaban con partidas millonarias.

Ahora nosotros, ante tan compleja y amplia corrupción que nada deja libre de ella, nos preguntamos, ¿Morena está libre de la tentadora corrupción? ¿Los que gobiernan y aspiran a gobernar están libres de corrupción?

Para combatir la corrupción, deben jurar y cumplir, y hacer cumplir, los tres básicos mandamientos de los políticos: no mentir, no robar y no matar. Pero, no se podrá esto, si primero los servidores públicos no aman al prójimo, como a ellos mismos y se hacen realmente servidores de todos, a cambio de haber servido muy bien.