Trigo(o cizaña)

Algunos elementos importantes:- Jesús siempre siembra buena semilla, no puede sembrar mala semilla, sería algo contradictorio y poco coherente. –El lugar donde se siembra la semilla es el mundo (dentro del mundo), ¡no fuera del mundo! También la levadura tiene como tarea fermentar desde dentro del mundo. Existe un enemigo que quiere eliminar la buena semilla, por eso siembra cizaña, con el propósito de no dejar crecer la semilla. La buena semilla son los buenos seguidores del Señor, que se esfuerzan por reflejar los valores del Reino.- La buena semilla y la cizaña crecen juntas.  Pero llegará el momento en que la justicia de Dios pondrá en claro todo. Ser buena semilla cuesta, pero vale la pena. 

El corazón de cada joven debe por tanto ser considerado “tierra sagrada”, portador de semillas de vida divina, ante quien debemos “descalzarnos …” (Chr. Vivit,67)

La palabra de Dios este decimosexto domingo del tiempo ordinario, nos habla de la prudencia, misericordia y paciencia deDios al juzgar al hombre.

Con la parábola del trigo y la cizaña, Jesús quiso proclamar una ley fundamental del reino de Dios: no todo lo que crece, tras su predicación, es trigo limpio; y el día ha de llegar en que se haga justicia; mientras tanto, a todo lo que haya crecido se le concede una oportunidad.

El discípulo de Cristo, debe saber convivir con el mal. El mal existe entre los cristianos. Crecer junto al mal, sin hacerse malo, es la suerte del discípulo.

Con su parábola quiso Jesús trasmitirnos dos convicciones muy suyas; el mal es real, como el mundo y como el hombre; hay que contar, por lo tanto, con la presencia del mal en el mundo creado por Dios y su presencia también DENTRO del hombre hecho a imagen de Dios. La creación, como el campo, ha quedado sembrada de mal. Y no sirve de mucho discutir cuál es el origen de ese mal; lo decisivo es escapar de su poder.

Además, con esta parábola, el Señor nos enseña que hay con contar, en especial, con un Dios al que le preocupa esta presencia del mal en su mundo y en el hombre; un Dios que, por respeto al bien que coexiste junto al mal, da largas a su intervención. Dios, como el Señor del campo, no piensa en cultivar males; si los soporta es para no dañar el bien aún naciente, débil todavía, que lucha por crecer, que no se ha afirmado todavía; la bondad, como el trigo, aún tiene que madurar hasta el día de la cosecha; mientras tanto, el destino del bien es convivir con el mal, sin convertirse en mal.

Pero lo que nos trasmite el Señor es la seguridad de que la bondad puede competir con la maldad, sin desesperar de sus fuerzas, segura de su poder.

El Dios que Jesús nos anuncia es un Dios que permite que bien y mal coincidan, coexistan, se desarrollen juntos.

No resulta fácil comprender esta decisión de Dios; a veces es tan escandalosa la presencia del mal, que puede hacer inaceptable la existencia de Dios, intolerable su desinterés por la victoria de los malos sobre los buenos.

Contando la parábola del trigo y la cizaña, Jesús no quiso contradecir esta experiencia de desazón, ni banalizar el dolor que produce sentir el mal en propia carne: Él sabía que no todo lo que crece, tras su predicación, es trigo limpio; pero sabe que llegará un día en que se hará justicia, cuando, por fin, venza el bien; mientras tanto, a todo lo que haya crecido se le concede una oportunidad; y la del bueno es seguir siéndolo; la del malo, poder dejar de serlo.

Algo debemos aprender de la paciencia de Dios. En primer lugar, tendría que sorprendernos la forma de reaccionar de Dios ante el mal; como el labrador no desea que se le siegue el trigo apenas enraizado, Dios se permite esperar, porque no quiere dañar el bien que lucha por sobrevivir, la paciencia de Dios no es debilidad, sino fortaleza y, sobre todo, confianza en sí mismo y en el poder del bien: porque sabe que el mal no le sobrevivirá, puede dejarlo vivir durante un tiempo.

Mientras no llegue el día de la cosecha, el bueno puede dejar de serlo y el malo también: el cristiano tiene que saber queDios ha tomado ya la decisión de vencer el mal existente en su corazón y en su entorno; pero ha de saber también que espera que los que aún viven del mal, o en medio de él, lo reconozcan y se salven.

Es verdad que la paciencia de Dios con el mal imperante pone a prueba nuestra comprensión y la fidelidad que la debemos:cuán agradable nos sería-¡y cuántas veces no se los hemos pedido!-que Dios destruya a los que nos hacen daño; que no lo haga, nos llega, a veces, a sentirnos defraudados por Él.

Y sin embargo, Dios tiene sus razones: como ha hecho tantas veces con nosotros, quiere dar al malvado una oportunidad para que cambie; demora su intervención, porque desea la mejoría del malo y la desaparición del mal.

Tener un Dios paciente con el mal tiene sus consecuencias: tenemos que aprender de Él a ser pacientes también nosotros con quienes suponemos son peores que nosotros; pero también tenemos que ser capaces de aceptarnos a nosotros tal cual somos, sabiendo que el Señor siempre espera nuestro cambio para estar cada vez más cerca suyo.

Pidámosle hoy a María, Nuestra Madre que nos ayude a mirar al mundo con los ojos de Dios y a ser cada vez mejores para que sea más el trigo que la cizaña en el campo del Señor.