Seguramente este pasado 3 de mayo fue posible observar en alguna obra a trabajadores de la construcción o albañiles festejar el día en medio de una fiesta y con una cruz elaborada principalmente de madera con incrustaciones decorativas llamativas para elevarla en el techo de la obra en señal de mejora y progreso, por supuesto, después de haber sido bendecida por un sacerdote en un templo.

Pero, ¿conoces la razón por la que ocurre este acontecimiento? Existen varias versiones al respecto, si embargo, es importante mencionar que todas coinciden en aspectos fundamentales, es por ello que el Mensajero Diocesano ofrece la versión más completa para que el lector pueda conocer de esta tradición.

Todo se remonta en el año 292 después de Cristo. Constantino logró vencer a Magencio en el Ponte Milvio, para ser emperador de Roma, gracias a una ayuda del cielo. En los aires apareció una Cruz, y este oyó una voz que le decía: “Con este signo vencerás”, y la reprodujo en el lábaro de la batalla. Después de esta victoria, su madre, santa Elena, fue a Jerusalén para buscar la Cruz en la que había muerto el Salvador.

A principios del siglo II, el emperador Adriano había tirado escombros sobre el lugar del Calvario y del Sepulcro del Señor, para emparejar y construir encima un templo a Venus y erigir una estatua a Júpiter.

Juliano el apóstata había cerrado las entradas que tenían los cristianos a las  grutas  subterráneas que habían levantado en los santos lugares. Santa Elena hizo derribar esos monumentos, y cavó hasta encontrar los lugares. Y luego buscó los  instrumentos de la Pasión del Salvador, hallando los clavos y tres cruces. Se  reconoció  la verdadera cruz cuando una difunta al contacto con ella  resucitó.

Entonces la santa dividió en tres trozos el precioso leño: uno para Roma (en la  Iglesia que se llama Santa Cruz de Jerusalén; otra para Constantinopla; y la otra se  quedó en Jerusalén.

Cada Viernes Santo, el Obispo de Jerusalén daba a besar esta reliquia, que fueron  adornando y protegiendo con oro y pedrerías. A fines del reinado de Focas,  Cosroes, rey de los persas, tomó Jerusalén, mató a muchos cristianos, y se llevó  del Calvario la Cruz del Señor.

Heraclio, sucesor de Focas, oró mucho implorando el favor de derrotar a Cosroes.  Al lograrlo, lo obligó a restituir la Cruz. El 3 de mayo de 628, entraba a Jerusalén el  emperador bizantino Heraclio, con rico atuendo de joyas y pedrería, cargando con  la Cruz; pero al iniciar el ascenso al Calvario una fuerza irresistible lo sacaba del  camino haciendo que no pudiera continuar.

Zacarías, Obispo de Jerusalén, dijo al monarca: “Mira, emperador: con esos arreos  de triunfo no imitas la pobreza de Jesucristo ni la humildad con que llevó la Cruz”. Hasta que depuso sus ricos arreos, descalzo, pudo seguir cargando la Cruz hasta su basílica.

Cada Viernes Santo a la faz del orbe entero aparece sobre el calvario salpicado de sangre el trono de la Cruz, desde el cual reina el Hombre Dios. Y el 3 de mayo es  como un eco del Viernes Santo, pudiendo celebrarse el triunfo de la Cruz, ya no en ambiente de tristeza y luto, sino de resurrección y vida nueva. La Cruz es signo de victoria y salvación, y nos protege contra las embestidas del enemigo y nos libra  de sus celadas. Observemos con los ojos del corazón y la fe la Cruz del Señor. En la cruz, instrumento de muerte, nosotros reconocemos la vida. No es patíbulo de condenados, sino el trofeo del triunfo de Cristo. Desde el Calvario, la cruz es signo de salvación. Es el precio pagado por el pecado para quedar libres. Es nuestro distintivo, y el arma con la cual triunfamos sobre el mal. Representa la bandera del cristiano, que simboliza nuestros ideales.

Reconocemos en la Cruz de Cristo el camino para llegar al Padre. La Cruz es como el estandarte de lucha y victoria; y las heridas de Cristo son las condecoraciones en esa lucha. La Cruz nos enseña, nos defiende y nos consuela. La Cruz es un libro en cuatro capítulos, que son cada uno de sus brazos. El brazo inferior se hunde en la tierra y nos recuerda lo material y la vanidad de las cosas. El brazo superior nos   señala al cielo, nuestra patria, y el camino para llegar, que es tomar nuestra Cruz y subir con Cristo. El brazo derecho nos recuerda su misericordia, al buen ladrón, a los justos que estarán a su derecha porque lo reconocieron en los demás. El brazo izquierdo nos recuerda su justicia, al mal ladrón, a los que serán arrojados al infierno. Estos dos brazos son iguales. Las manos que sanaron, perdonaron y trabajaron, clavadas a la cruz, expían el mal uso de nuestras manos.

Adoramos a Cristo, que se despojó de su dignidad divina haciéndose siervo y muriendo en una Cruz por obediencia al  Padre, y recibió el Nombre ante el cual toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Y nos unimos a su ofrenda en la Eucaristía.