En los años posteriores al concilio Vaticano II alguien opinó que la renovación de la Iglesia, iniciada por Juan XXIII, hacía inútil el estudio del pasado y que nuestra época sería totalmente nueva, por lo cual el tiempo del cristianismo antiguo no podía seguir enseñando algo.

La Instrucción para el estudio de los Padres de la Iglesia en la formación sacerdotal[1], resalta la importancia de volver a los Padres de la Iglesia como vivos depositarios del sensus fidei y transmisores del camino más genuino del sensus fidelium en la vida misma de la Iglesia. Los sacerdotes desde los elementos ofrecidos durante nuestra formación, podríamos comprender mejor  “la letra y el “espíritu” de los textos del Concilio Vaticano II que están embebidos de una tonalidad bíblica, litúrgica, teológica, patrística y pastoral.

Por otra parte los presbíteros y los fieles que oran a una voz con la Iglesia la Liturgia de las Horas cada día, durante el oficio de lectura, se acercan a una “página” de los Padres.

El Papa Benedicto XVI a partir del 3 de marzo del 2007 predicó en sus catequesis durante la audiencia general de los miércoles, la figura de algún Padre de la Iglesia.

El regreso a los Padres que es un acto de la Iglesia, es una expresión típica de este sostén en los Padres por parte de la Iglesia, no considerado como una herencia del pasado, sino que lleva consigo la novedad cristiana ligada a la perennidad de la vida y de la enseñanza de los Padres de Oriente y de Occidente, se puede decir que lo que mayor cuenta en este sostenerse en los Padres de la Iglesia es su espiritualidad. Por ello se comprende la actualidad de los Padres en para la vida espiritual de los cristianos, y no sólo esto, sino la formación de todo fiel cristiano. Los Padres de la Iglesia fueron simultáneamente Santos, Obispos, Catequistas, Pastores y Liturgistas, en sus obras se respira la sabiduría teológica, la Sagrada Escritura meditada y traducida en la vida eclesial, la espiritualidad litúrgico-sacramentaria más profunda y más simple, la acción catequético-espiritual.

Acercarnos a los Padres de la Iglesia es adentrarnos en el depósto de la fe para vivir y testimoniar sus implicaciones, un deseo común en el ayer, hoy y siempre de creer para entender y de entender para creer siempre más. Para aclarar las afirmaciones que se han hecho, podría ser útil tomar en consideración las siguientes diez reflexiones, mismas que se podrían profundizar con una serie de lecturas patrísticas:

  1. En el tejido eclesial está presente sobre todo la ley de la imitación, ésta es su constitución. Con fundamento en la exhortación de Cristo a los discípulos de seguirlo (cf Mt 16,24; Mc 8,34; Jn 12,25) y de ser perfectos como el Padre (Mt 5,48), ellos deben esforzarse en reproducir en sí mismos a Jesús, imitándolo en aquello que hizo y enseñó (Hch 1,1). A su vez, Pablo, bajo la acción del Espíritu Santo, inculcará en la Iglesia primitiva (y por siempre) esta ley de la imitación (cf 1Co 4,15; Ef 5,11; Flp 3,7; 1Ts 1,6). Se puede demostrar que toda renovación de la Iglesia salió del regreso simultáneo a la Palabra de Dios, a la vida litúrgico-sacramentaria y a los Padres de la Iglesia.
  2. Efectivamente, ellos vivieron en la experiencia de las comunidades eclesiales posteriores, la ley del excelente en la pastoral. En época patrística existía una íntima relación entre el magisterio del Padre (—Obispo) (catequesis, homilías, tratados, etc.) que encontraba su punto de fuerza en el ser del teólogo, y el ser teólogo llevaba consigo casi “como por ley natural”, que él tenía una sede episcopal donde infundir en la acción pastoral la espiritualidad enraizada en la sagrada doctrina.
  3. Por ello se ve a los Padres de la Iglesia como a aquellos que están movidos por aquella que puede ser la ley de la experiencia. Experiencia que comporta un conjunto de verdades adaptadas puntualmente a cada generación de fieles. La formación pastoral vive siempre bajo el impulso del desarrollo orgánico de la misma acción pastoral que se enriquece siempre de más, con formas y modalidades nuevas, pero que no por esto divide su relación con el pasado.
  4. La acción de los Padres obedece a las leyes de la continuidad pastoral entre una generación y otra de los fieles. El estudio de los Padres bajo este aspecto es formativo en el modo de pensar con la Iglesia (= sentire con la Iglesia) y del modo de obrar a favor de la Iglesia (= actuar por la Iglesia) Cuerpo místico de Cristo, junto con los fieles que hacen presente a Cristo vivo, en medio de personas vivas. Así fue tratada la Iglesia por los Padres. En la escuela de ellos la Sagrada Escritura se hace sostén tanto de la doctrina como de la vida santa, porque su existencia llevaba siempre las Sagradas Escrituras, doctrina sagrada y vida santa.
  5. Por esto la continuidad de la acción pastoral de los Padres, aún en medio de las mutables condiciones sociales y culturales, va reportada a la ley de la tradición; la cual no es sólo transmisión material de la verdad en fórmulas no erróneas, sino sobre todo el depósito de la fe presente tanto en sus reflexiones, como en el tejido de la vida de la Iglesia en una determinada época. Es muy formativo el revalorar la transmisión de la Tradición única y perenne en las diferentes y cambiantes formas propias de un determinado Padre.
  6. El paso de una generación a otra en cuanto los Padres nos conducen a la “lex credendi” (lo que creemos), en razón de la “lex vivendi” (lo que hacemos vida) y filtrado por las mejores formas de la “lex orandi” (lo que oramos), manifiesta la ley de la sabiduría. La formación pastoral debe ser ritmada por la progresiva y orgánica formulación del “depósito de la fe” vivido en las diversas generaciones de cristianos que se suceden en las “iglesias” esparcidas por el mundo y regidas por santos Pastores. Por su medio la fe recibida por los Padres de la Iglesia se renueva continuamente en el Espíritu de Dios, el cual renueva el tesoro conservado dentro de un buen vaso, renueva el vaso mismo y a quién lo sirve[2].
  7. En este sentido se comprende que en la escuela de los Padres cada uno es llevado a seguir la ley del paso de la ciencia a la sabiduría. No tanto la erudición en sí misma, sino la formación multiforme en los contenidos; no tanto el conocimiento vacío, sino las transformaciones sabias y sabias; no tanto la teoría, sino la praxis examinada por ejemplos concretos. Los Padres pasaron de la ciencia, de la cual estaban provistos, a la abundancia de sabiduría que renovaron y fomentaron en la vida litúrgico-sacramental.
  8. Porque santos y doctos, ellos mismos eran la sintonía con la ley de la cultura. Esta no existiera si no hubiera la memoria. Los Padres de la Iglesia la perpetuaban con su modo de obrar en la continuidad de una perenne pastoral provocando el formarse de una auténtica cultura cristiana. Sembraban la Palabra de Dios, suscitaban la fe, llevaban a la conversión, cambiaban la modalidad de acción, fraguaron las mentes de los fieles en el sentir y juzgar como Cristo y con Cristo. Los Padres, son este conjunto de arte pedagógico y de actividades pastorales, se hicieron en el firmamento de la Iglesia estrellas luminosas, modelos en los que nos podemos inspirar.
  9. Además, la formación moderna exige ser penetrada por la ley de la madurez psicológica que se consigue anclando la formación a lo inquebrantable e impidiendo que se fluctué en las novedades con finalidades en sí mismas. Es necesario reconstruir las interiores experiencias espirituales que están en la base de la pastoral de los verdaderos apóstoles, en cada época.
  10. Por consiguiente son de capital importancia los tratados de los Padres que tocan directamente la problemática del ministerio pastoral. Si se quisiera detener en este ámbito se podría analizar por ejemplo para el Occidente patrístico el “De officiis ministeriorum” de San Ambrosio de Milán († 397)[3]; la “Regula pastorales” de San Gregorio Magno († 604) o el “De origine ecclesiasticorum officium” de San Isidoro de Sevilla († 636)[4]. Es fundamental y urgente el discurso de la “mente” de los Padres, para los cuales vale la ley de la inseparabilidad del saber teológico y de la vida de la tradición eclesial, de la metodología catequética, de la santidad de la vida, del testimonio “corde, more, vita, more”, del ministerio pastoral.

Baste esto para resaltar la importancia de una comprensión profunda de la Tradición patrística, precisamente porque ellos apoyados en la norma de fe que progresa siempre más, fueron sostenedores convencidos y propagadores de la diversidad de culturas. Se trata de saber profundizar por medio de un estudio  actualizado de los Padres a través de una vivencia eclesial hoy, y de saber subrayar el ser de ellos en el tejido eclesial de cada tiempo.

Presento solo algunas pocas sugerencias de lecturas patrísticas que pueden iluminar nuestra vida espiritual: Cartas de Ignacio de Antioquia[5], Biblioteca Patrística 50, Ciudad  Nueva, Madrid 2000. A Diogneto[6], Biblioteca Patrística 50, Ciudad  Nueva, Madrid 2000. Carta 130 (a Proba) de San Agustín[7] BAC XIa, Madrid 1987, pág. 52-82.

Un acercamiento a los principales Padres de la Iglesia lo podemos tener en las bellas catequesis del Papa Benedicto XVI que arriba se han citado: Benedicto XVI, Los Padres de la Iglesia. De Clemente de Roma a san Agustín, México 2008[8].

Los Padres de la Iglesia apoyados, entendidos, imitados donde es posible, estudiados, amados, profundizados en su perennidad, son fuente de formación permanente. Su estudio resulta no sólo oportuno y conveniente, sino necesario y útil, utilidad insustituible porque el conocimiento de ellos hace pasar del ámbito de la ciencia al don de la sabiduría[9].

[1] Promulgada el 10 de noviembre de 1989 por la Congregación para la Educación Católica en el significativo retorno litúrgico al Papa S. León Magno, liturgista, teólogo y pastor. Primero se comentaron una serie de artículos en L´Osservatore Romano en febrero-marzo 1990 que vale la pena no dejar en el olvido. Estos artículos aparecen con las firmas de J. Saraiva Martins (23 de febrero), A. Di Berardino (febrero 24), C. Gugerotti (febrero 28), H. Crouzel (Marzo 3), A. M. Triacca (Marzo 7), P. Siniscalco (Marzo 8).

[2] Cf Ireneo, Contra las herejías. III,24.

[3] La obra fue compuesta en un período de crisis religiosa, económica y política, agravada por la guerra, saqueos e invasiones de los bárbaros. De Officiis refleja con fidelidad una situación en la que la Iglesia era llamada a intervenir con su enseñanza y con su acción. Con esta obra se pueden reconstruir los múltiples problemas que el magisterio eclesiástico de Ambrosio tenía que enfrentar y resolver diariamente. La actualidad de esta enseñanza es que tiene como fuente primera el Evangelio.

[4] Editor C. Lawson, Madrid 1982. La obra Razón de ser de los oficios de Isidoro de Sevilla en el segundo libro tiene como tema los ministros y las órdenes, los fieles, el proceso de iniciación cristiana, la regla de fe y los sacramentos.

[5] Las Cartas de San Ignacio de Antioquia son la voz viva de una experiencia religiosa meditada y sufrida, tienen un calor espiritual porque con una prosa espontánea y sencilla comunican el estado de ánimo del santo mártir.

[6] Es una joya de la literatura cristiana antigua. El autor responde a algunas preguntas que hacen pensar en una discusión precedente, el autor habla a todos a cerca de la vida más sublime, la realidad social del hombre que encuentra en Cristo su guía, nos habla del ser del cristiano.

[7] San Agustín no escribió ningún tratado sobre la oración. El principal estudio extenso en el que expone sus ideas sobre el tema puede verse en una carta a Proba, una noble dama que había solicitado al obispo de Hipona su orientación. Las Confesiones, aunque no hablan de la oración, pueden ser consideradas en sí mismas como una oración continuada. Más aún, a través de todos sus tratados, sermones y cartas, Agustín nos ha legado una riqueza de ideas sobre la oración.

[8] Son Catequesis que el Papa estuvo realizando al inicio de su pontificado cada miércoles durante dos años, fueron editados por Buena Prensa. Estas catequesis también se encuentran on-line.

[9] San Benito invitaba a sus monjes a la lectura de los Santos Padres, porque las enseñanzas de éstos conducían “al grado más alto de perfección” (cf Regla 73,2, edd. A. De Vogüé – J. Neufville, Sources Chrétiennes 182, París 1972, 672).