Ha sido maravilloso tener la oportunidad de presentar la belleza del matrimonio y de la familia a través de la experiencia compartida por parte de algunos esposos que ya están disfrutando de la alegría de formar una familia según el sueño de Dios. Me refiero a los que comparten las catequesis con los novios, ayudándoles a tomar conciencia de la necesidad de prepararse para vivir plenamente su vocación a la santidad en el matrimonio.

Las parejas que están ayudando a los novios en su discernimiento se muestran contentas de ese ministerio, a la vez que reconocen que los temas que preparan e imparten, también les ayudan a ellos.

Consideran, así mismo, que el contenido de los once temas es bueno, importante y oportuno. En cambio, la metodología para compartir las catequesis puede variar según lo crea conveniente cada uno.

En cuanto a los novios, la mayoría de ellos asiste con interés a las catequesis prematrimoniales. Se nota su alegría y su esperanza. Su participación es dinámica.

En varias ocasiones acude uno de ellos o los dos a preparar su celebración litúrgica con el sacerdote o el coordinador de liturgia.

Es muy frecuente escuchar al finalizar cada sesión, o al terminar todas las catequesis, estas expresiones: “Gracias, nos ayudaron muchísimo”; “había cosas que no sabíamos o no las tomábamos en cuenta”; “ya nos dimos cuenta de la responsabilidad que tenemos, ore por nosotros para que nos vaya bien”. Al oír estas expresiones, uno también se da cuenta que el Espíritu Santo hace su trabajo.

Sin embargo, también es cierto que frecuentemente nos enfrentamos a resistencias de algunos novios que afirman no necesitar la catequesis prematrimonial, a la vez que la consideran “una traba más de la burocracia católica”. Algunos inician las catequesis con una “cara de funeral”, pero poco a poco se van llenando de vida y la sonrisa comienza a manifestarse como signo de que están conociendo o descubriendo la belleza de la presencia de Dios en el sacramento del matrimonio que pretenden contraer.

Hay quienes tratan de evadir las catequesis de los once temas y buscan, donde sea, un tiempo más corto, como en un afán de liberarse lo antes posible de esa “carga”.

Un caso extremo fue cuando alguien, desesperado, pensó que con dinero todo se solucionaría y se atrevió a decir: “cuánto vale el papelito”.

Muy común es escuchar también esto: “mi novio vive en Estados Unidos (o cualquier otro lugar) y solamente le permiten una semana para que venga a casarse”. Una expresión como esta puede ser capaz de mover el corazón del encargado de la comunidad y reducir la catequesis prematrimonial a una sola ocasión o dispensarla.

Otros, para evadir su responsabilidad, tratan de declarar culpables de su posible emigración hacia las sectas protestantes o del alejamiento de la Iglesia, al sacerdote o al coordinador de prematrimoniales: “y luego no quieren que uno se aleje de la Iglesia”. Todo porque se les pide asistir a las catequesis prematrimoniales.

La lista de experiencias similares sobre este punto podría alargarse.

Pero lo que va quedando en nosotros es la esperanza de que aquellos que asistieron a las catequesis tienen ahora más recursos humanos y espirituales para emprender una vida nueva y encaminarse a Dios a través del matrimonio y de la familia según el proyecto divino.