En el marco de las festividades decembrinas el pasado doce de diciembre festejamos y celebramos a la estrella y madre del nuevo mundo, a la morenita del Tepeyac, la portadora de alegría, la madre de Dios, Nuestra Señora de Guadalupe. Quien en la tilma de aquel indio san Juan Diego quiso dejar plasmada su imagen, para ser esperanza, consuelo, identidad, madre amorosa y alivio de aflicciones.

Con esta festividad seguimos conmemorando aquel milagroso acontecimiento del año 1531 en el cerro del Tepeyac, suceso que marco la historia de toda una nación y que hoy por hoy sigue siendo identidad de un pueblo.

Y como buenos mexicanos la ciudadanía de San Juan de los Lagos se volcó en muestras de agradecimiento y devoción a la Virgen Morena, quien con un altar lleno de hermosas rosas y fragantes olores esperaba paciente la llegada de sus hijos, quienes durante doce días peregrinaron hasta su templo, en la parroquia San Juan Bautista llenos de júbilo y cantando alabanzas.

El día doce a la una de la tarde se llevó a cabo la misa solemne. Celebración Eucarística en la que Monseñor Felipe Salazar Villagrana, Obispo Emérito de la Diócesis de San Juan de los Lagos, en acción de gracias por sus cincuenta años de vida sacerdotal tuvo a bien presidir.

Monseñor Juan María Huerta Muro durante su prédica le pidió a Monseñor Felipe que siempre se mantuviera confiado en el amparo de la santísima virgen, que encomendara a ella sus penas, sus alegrías, su ministerio sacerdotal y toda su vida; a todos los ahí reunidos les invitó a confiar en ella y a pedir su intercesión, recordando las palabras que Ella misma le dio a san Juan Diego: ¡Es nada lo que te asusta y aflige; no se turbe tu corazón! ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?

Dirijámonos a ella cuando nuestro corazón se encuentra abatido, turbado de la paz; cuando nos sintamos solos e incomprendidos, pues es a sus pies y en su regazo donde encontramos el consuelo y la calma a nuestras aflicciones.

Monseñor Felipe Salazar por su parte agradeció principalmente a Dios, nuestro Señor, por haberle dado la vida y por haber plantado en él la semilla de la vocación, llamándolo al ministerio sacerdotal; a los sacerdotes presentes les agradeció por caminar junto a él y por sus muestras de afecto y cariño; a todos los ahí presentes por su cercanía y apoyo. Acto seguido encomendó su ministerio a Santa María de Guadalupe.