¿Alguna vez has bebido agua pura fresca que sabe a vida? Yo sí, lo hice este miércoles doce de diciembre de 2018 cuando levanté mis ojos mientras de rodillas observaba a María Santísima de Guadalupe, allá, en lo alto del altar, observando con su mirada franca y dócil mi mirada necesitada y repleta de dolor.

En Lagos de Moreno este 2018 la fiesta en honor a la morenita del Tepeyac fue más resonante que nunca y así lo guardaré en mi memoria. Los tradicionales cuetes los escuché en distintas partes de la ciudad, pero más resonantes se escucharon desde los pasillos de un hospital, por eso verla desde ahí, con mi cuerpo postrado, fue una reverencia al Hijo del Padre que puede distinguirse a través de esa mirada de cielo que nunca olvido.

Afuera del Santuario la gente caminaba ansiosa por verle, agradecerle, amarle; desde bebés hasta ancianos se ofrecieron como ofrenda viviente para agradecer alguna intención, muchos pares de ojos acompañaban los míos que, entre lágrimas, daban testimonio del amor que ella tiene a sus hijos que, aunque muchas veces intentan ser los más pequeños otras tantas no lo logramos por las conquistas del este mundo que nos seduce el alma y nos aleja del amor de Dios.

“Nuevamente Dios viene a visitar a su pueblo. 1531 cuando la situación de México era crítica, aunque ahora lo es más, Dios nuevamente visita a su pueblo pero ahora en la persona de María, esta mujer que viene a ser pasaje del apocalipsis… esta mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies viene a traer un mensaje de esperanza de paz”, explicó el presbítero quien ofició la celebración de medio día.

Verla a ella me animó y me acercó a Dios con más firmeza en mi esperanza, verla a ella me hizo saber toda la dulzura que puede tener el Padre Todopoderoso por cada uno de sus hijos, dedicación tan grande como la belleza del rostro de María, fiel poema del amor.

Así son las cosas de nuestro Padre, así son, llenas de misterio y luz, repletas de solidaridad y acompañamiento; con silencio que tranquiliza, con alegría y lágrimas.

Pero también está ella, María Santísima, que es reina y madre de un pueblo que implora el nombre de Dios en la angustia, en la alegría, en las cosas de esta vida donde Él nos ha prometido su respaldo hasta los últimos segundos de nuestro existir. Ahí pues, está Dios en su Santísima Trinidad para hacernos saber que nunca estaremos solos y que su poder nos dará tarde o temprano todo consuelo todo amor a pesar de nuestra miseria humana.