XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

LOS POBRES Y LA HUMILDAD Queridos hermanos y hermanas: Jesús está comiendo invitado por uno de los principales fariseos de la región. San Lucas nos indica que los fariseos no dejan de espiarlo. Jesús, sin embargo, se siente libre para criticar a los invitados que buscan los primeros puestos e, incluso, para sugerir al que lo ha convidado a quiénes ha de invitar en adelante. Con palabras claras y sencillas, Jesús le indica al fariseo, cómo ha de actuar: No invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos. No quieras ocupar los primeros lugares. Al mismo tiempo, Jesús le señala en quiénes ha de pensar: Invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Los pobres no tienen medios para corresponder a la invitación. De los lisiados, cojos y ciegos, nada se puede esperar. Por eso, no los invita nadie. Recordemos lo que dijo Benjamín Franklin: Yo creo que el mejor medio de hacer bien a los pobres no es darles limosna, sino hacer que puedan vivir sin recibirla. Es importante descubrir que Jesús no rechaza el amor familiar ni las relaciones amistosas. Lo que no acepta es que ellas sean siempre las relaciones prioritarias, privilegiadas y exclusivas; y que los sean por conveniencia. A los que entran en la dinámica del reino de Dios buscando un mundo más humano y fraterno, Jesús les recuerda que la acogida a los pobres y desamparados ha de ser anterior a las relaciones interesadas y los convencionalismos sociales. Es necesario aprender cosas como éstas: dar sin esperar mucho, perdonar sin apenas exigir, ser más pacientes con las personas poco agradables, ayudar pensando sólo en el bien del otro. Siempre es posible recortar un poco nuestros intereses, renunciar de vez en cuando a pequeñas ventajas, poner alegría en la vida del que vive necesitado, regalar algo de nuestro tiempo sin reservarlo siempre para nosotros, colaborar en pequeños servicios gratuitos. Jesús se atreve a decir al fariseo que lo ha invitado: Dichoso tú si no pueden pagarte. Dichosos los que viven para los demás sin recibir recompensa. El Padre del cielo los recompensará. En los años posteriores al Concilio se hablaba mucho de la opción preferencial por los pobres. La teología de la liberación estaba viva. Se percibía una nueva sensibilidad en la Iglesia. Parecía que los cristianos queríamos escuchar de verdad la llamada del Evangelio a vivir al servicio de los más desheredados del mundo. Desgraciadamente, las cosas han ido cambiando. Algunos piensan que la opción por los pobres es un lenguaje peligroso inventado por los teólogos de la liberación y condenado justamente por Roma. No es así. La opción preferencial por los pobres es una consigna que le salió desde muy dentro a Jesús. Recordemos que el Papa Francisco ha hecho de su pontificado una obra de amor para los pobres, para todos los desprotegidos de la tierra. Según San Lucas, éstas fueron las palabras de Jesús: Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote y quedaras pagado. Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; ya te pagarán cuando resuciten los justos. Los lisiados, cojos y ciegos sencillamente no pueden corresponder. En Qumrán son precisamente los que están excluidos de la comida comunitaria. Lo prioritario para quien sigue de cerca a Jesús no es privilegiar la relación con los ricos, ni atender las obligaciones familiares o los convencionalismos sociales, olvidando a los pobres. Quien escucha el corazón de Dios, comienza a privilegiar en su vida a los más necesitados. Una vez que hemos escuchado de labios de Jesús su opción preferencial por los pobres, no es posible evitar nuestra responsabilidad. En su Iglesia hemos de tomar una decisión: o no la tenemos en cuenta para nada, o buscamos seriamente cómo darle una aplicación generosa. La opción por los pobres no es de ahora. Es una invitación desconcertante de Jesús a vivir atentos a su necesidad y sufrimientos. Dios ama a todos, sin excluir a nadie, pero en su corazón de Padre, ocupan un lugar preferente los que no tienen sitio entre los hombres. Optar por los pobres es saber mirarlos de manera especial. No andar por la vida con mirada distraída. Fijarnos en los pequeños, los humillados, los que sobran. Por otra parte, Jesús les dice a los invitados: Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar. Jesús no quiere dar consejos de buena educación. Ni siquiera pretende alentar el sutil cálculo de quien se pone en última fila, con la escondida esperanza de que el dueño le pida que se acerque. En la vida, quiere decir Jesús, escoge el último lugar, trata de contentar a los demás, más que a ti mismo; sé modesto a la hora de evaluar tus méritos, deja que sean los demás quienes los reconozcan y no tú (nadie es buen juez en su casa), y ya desde esta vida Dios te exaltará. Te exaltará con su gracia, te hará subir en la jerarquía de sus amigos y de los verdaderos discípulos de su Hijo, que es lo que realmente cuenta. Te exaltará también en la estima de los demás. Es un hecho sorprendente, pero verdadero. No sólo Dios se inclina ante el humilde y rechaza al soberbio (Cf. Salmo 107,6); también el hombre hace lo mismo, independientemente del hecho de ser creyente o no. La humildad, cuando es sincera, no artificial, conquista, hace que la persona sea amada, que su compañía sea deseada, que su opinión sea admirada. La verdadera gloria huye de quien la persigue y persigue a quien la huye. Como dijo Marco Tulio Cicerón: Cuánto más alto estemos situados, más humildes debemos ser. Vivimos en una sociedad que tiene suma necesidad de volver a escuchar este mensaje evangélico sobre la humildad. Correr a ocupar los primeros lugares, quizá pisoteando, sin escrúpulos, la cabeza de los demás, son característica despreciadas por todos y, por desgracia, seguidas por todos. El Evangelio tiene un impacto social, incluso cuando habla de humildad. Por ello Salomón nos dijo: Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; más donde hay humildad, habrá sabiduría. Termino esta reflexión dominical invitándolos a atender preferencialmente a los pobres, a todo aquel que necesita de nosotros y no queramos ocupar los puestos de honor, los primeros lugares a donde nos inviten. Así sea.