X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

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En brevísimas palabras, el Evangelio de hoy nos presenta una realidad sumamente triste: Jesús fue a su pueblo y en él, sus parientes, lejos de alegrarse por verlo y por constatar que la fama que Jesús iba creciendo, lo tuvieron por loco y quisieron secuestrarlo para que no hablara en público.

La Palabra de Dios hoy nos muestra que no siempre nuestros más allegados o familiares entenderán nuestro modo de proceder.

Y esto es algo lamentable. No siempre en la familia reina la paz y la armonía. No siempre hay comprensión. Muchas veces en lugar de ser la familia «el sedante», que calme esa agitación moderna en la que vivimos, es precisamente en el seno de la familia donde se agudizan las tensiones y hasta puede llegar a exasperarnos. Desgraciadamente, son demasiadas las casas que no son hogares; las casas en las que hay personas físicamente cerca pero cuyos corazones están muy distantes. Y esto ocurre en todos los aspectos de la vida.

A veces hasta en la vida de la fe, hay abismos de incomprensión entre los mismos familiares. Todo esto es triste y tendríamos que poner todos los medios para evitarlo. Pero puede suceder, que aún cuando intentemos evitar estas situaciones, igual se produzcan. En ese caso, nuestro modelo es Jesús y lo más importante es seguirlo. Los parientes de Jesús en su pueblo, pensaron que Jesús había perdido el juicio por tanto que trabajaba, porque el evangelio acota que «ni siquiera podían comer»; por esa razón y con el pretexto de que no «trabajara» tanto, quisieron apoderarse de Él. Ellos no entendían que el Señor estaba realizando aquella misión para la que había sido enviado y que no había para él «otras tareas» más urgentes ni importantes que las que estaba realizando.

El Señor sufrió la incomprensión de sus familiares…Y puede suceder que a nosotros… nos pase lo mismo. Puede ser que «nuestra gente» nos llame «exagerados», cuando dedicamos a juicio de ellos, demasiado tiempo en dar a conocer a Dios, ya sea a través de la catequesis, ya visitando a los enfermos o colaborando en programas de ayuda a los necesitados…En esos casos, vale la pena que nos detengamos a pensar sobre nuestra tarea y que veamos cómo estamos realizando nuestros deberes primeros que son con nuestra familia y con nuestro trabajo. Es de personas «prudentes», no desatender o realizar mal nuestros deberes por ocuparnos de tareas de apostolado. Pero esa «prudencia», no debemos confundirla con un buscar excusas o pretextos para no dedicar «nada» de nuestro tiempo a las cosas de Dios. La situación hoy no es distinta de la que narra el evangelio de la época de Jesús. También hoy habrá quien trate de que «no hagamos nada» por Dios, buscando pretextos en apariencia convincentes para que así sea. Somos nosotros los que a ejemplo de Cristo, tendremos que evitar que logren su propósito, si realmente estamos en condiciones de dedicar parte de nuestro tiempo a Dios.

Pidámosle hoy a María, a ella que vivió y sufrió las incomprensiones de los familiares para con Jesús, que nos ayude a discernir para encontrar en nuestras vidas equilibrio entre nuestros deberes y las tareas al servicio del apostolado.