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¡La celebración del Triduo Pascual está cada vez más cerca! Es ya la recta final de la Cuaresma, es el tiempo de oración, penitencia y caridad.

Muchos son los católicos que inician la Cuaresma con algún buen propósito, generalmente en el orden del ayuno: dejar de comer esto o beber aquello; pocos menos en el orden de la oración: asistir a la Eucaristía todos los días, rezar el Viacrucis o el Rosario; y pocos menos aún en el orden de la caridad: asistir a un enfermo, visitar a una persona sola o ayudar alguna familia en sus necesidades económicas.

¡Todos los propósitos de mejorar son buenos! Sin embargo, con el fin de la Cuaresma, también llega, para la gran mayoría, el fin de los buenos propósitos: ¡Ahora sí, allá te voy!

Qué extraño resulta para la lógica prepararse para una celebración y terminar, justo antes de la celebración, tirando todo por la borda.

Es justamente esta actitud la que no permite al alma crecer en santidad y lo que hace mirar como algo inútil los propósitos de la Cuaresma. ¡Nunca llegan a un cambio de vida! Siempre se  quedan en propósito de Cuaresma, no más allá.

Dicen que la etapa más difícil de un cambio de vida siempre es el inicio, tomar la decisión y dar los primeros pasos, pero esto es justamente lo que se pierde en los propósitos de Cuaresma: no se piensan como un cambio de vida, sino un sacrificio con un tiempo bien definido, más allá del cual no se piensa dar un solo paso.

Si se diera seguimiento en la vida cotidiana a los propósitos de Cuaresma, habría muchas más personas con buenas actitudes motivando a otros a crecer en humanidad y santidad.

Ojalá pues se cambie el propósito de Cuaresma por la decisión de un cambio de vida que inició en la Cuaresma y que continúe en adelante, para gloria de Dios, bien del prójimo y la propia salvación.