¿Qué haremos con nuestros viejos?

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La vida larga de los mexicanos, con más de 60 años, es una buena noticia para más de doce millones de mexicanos de la tercera edad. Y buena noticia también es que la tasa de años, promedio de vida, en México, aumente considerablemente. A todos nos anima a vivir, y más, a los que han perdido el tiempo inútilmente.

Pero esta buena noticia, si pensamos cómo la vivirán los mexicanos de la tercera edad, próximos a entrar, el panorama se vuelve inseguro y amenazador.

Es una realidad que están desapareciendo las familias patriarcales de casas de muchas habitaciones y de muchos miembros que veneraban al anciano y que ocupaban muy buen lugar. Hoy, en cambio, las nuevas familias son nucleares, de pocos hijos y con casas de pocos espacios para vivir, como en un “closet,” donde ya no hay lugar para los ancianos, si acaso cabe un perro en uno de sus recovecos. Estas familias nuevas están programadas para dos hijos y medio. Y el día de mañana, tendrán que salir de casa para tener su propia casa. No habrá, pues, hijos de sobra que puedan atender, en sus casas, a los papás viejos en su invalidez.

Además a los hijos, les costará dinero extra el mantenerlos con una vida digna y en una casa digna. ¿Qué harán los viejos mexicanos, algunos sin pensión, y otros con pensiones miserables? Pareciera que no hay lugar para ellos con permanencia voluntaria. Y no quedará más opción que dejarlos en los asilos de mediana caridad cristiana donde, bondadosamente abandonados por sus hijos, podrán esperar pasar, de este pobre paraíso, al deseado paraíso del cielo.

Es una realidad deplorable que México, hoy, no esté preparado para ofrecerles un seguro futuro a los hombres y mujeres de la tercera edad. Qué lamentable ha de ser para nosotros los que estamos entrando a la tercera edad, saber que nada hicimos cuando éramos jóvenes para planear una tercera edad feliz con más almohadas que mitiguen los dolores de los años y con un espacio verdaderamente grato. Faltan, pues, programas y espacios.

Pero, lo que no hicimos, todos debemos hacerlo ahora. Debemos hacer la tercera edad, tal y como Dios la inventó, buena y como un final feliz que consuma su obra en el mundo y se prepara para dejarlo por otro mejor y para siempre.

La tercera edad es buena como las otras dos edades. Las estadísticas hacen una larga lista de los hombres y mujeres que en su tercera edad alcanzaron el éxito, mejor que en las anteriores edades. Y como toda edad, la tercera, según la historia, los ancianos han ocupado los cargos de gobierno más trascendentes porque tienen la más larga experiencia y la más probada sabiduría que dan los muchos años.

El Papa Francisco, hombre de la tercera edad, señala que los ancianos son una riqueza y no se pueden ignorar “porque esta civilización seguirá adelante solo si sabe respetar su sensatez y su sabiduría”.