La tentación de San Antonio

Fotografía: Especiales

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A veces me gusta decir a la gente que Salvador Dalí es de mis pintores favoritos, y en particular una de sus pinturas de las que, entre líneas y algo despuntado he hablado, pero que en algún momento detallaré con firmeza. Este cuadro de Dalí resulta cautivador por la belleza con que capta el momento de la tentación, con la frivolidad con que desarrolla su pensamiento y con el gran anhelo con que se espera el fin de esta obra.

Las tentaciones suceden no sólo por cosas que parecieran malas, o menos por algo que pudiera perjudicar a nuestra persona o a los demás. Lo que puede suceder es que esta tentación se presente en lo mejor, en lo más cotidiano, en la sutileza incluso de un aparente bien. Por ello resultan en acontecimientos muy peculiares y algo extraños, que con gran espíritu debemos de alcanzar a captar.

En el cuadro se muestra a San Antonio Abad en un desierto, arrodillado y sosteniendo una cruz hecha con dos varitas para protegerse de las tentaciones que lo atacan. Estas son representadas por un caballo y una fila de elefantes, todos estos con sus patas alargadas de forma grotesca y cada uno cargando con una tentación. Tales rasgos significativos para Dalí, con las figuras alargadas que solemos encontrar en sus cuadros. Más atrás, otro elefante carga un altísimo monolito sobre su espalda. Detrás de este y sobre las nubes, hay un castillo. En el paisaje desértico, dos hombres discuten y al fondo, un hombre lleva de la mano a su hijo. Este último par de personajes también es representado en Vestigios atávicos después de la lluvia. Un ángel blanco vuela sobre el desierto.

Pero hay otro detalle que me gustaría agregar, las tentaciones son una verdadera puesta en escena de la contrariedad de la vida, del duelo por ganar a la voluntad el mínimo espacio para arrancar la verdadera vida, una vida gratificante fuera de la tentación de San Antonio.