VII Congreso Eucarístico Nacional

Redacción: Comisión Diocesana de Pastoral Litúrgica Fotografía: Especiales

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Eucaristía y vida

No obstante, debemos vigilar siempre para que este gran encuentro con Cristo en la Eucaristía no se convierta para nosotros en un acto rutinario. Efectivamente, en este Sacramento del pan y del vino, de la comida y de la bebida, todo lo que es humano sufre una singular transformación y elevación. El culto eucarístico no es tanto culto de la trascendencia inaccesible, cuanto de la divina condescendencia y es a su vez transformación misericordiosa y redentora del mundo en el corazón del hombre.

Recordemos que la Eucaristía es, en palabras de san Juan Pablo II, “el don más grande de la Iglesia”35, un bien común de toda la Iglesia, como sacramento de su unidad. La «fracción del pan» -como al principio se llamaba a la Eucaristía- ha estado siempre en el centro de la vida de la Iglesia. Por ella, Cristo hace presente a lo largo de los siglos el misterio de su muerte y resurrección; en ella se le recibe a Él en persona, como «pan vivo que ha bajado del cielo», y con Él se nos da la prenda de la vida eterna.

La Eucaristía no es “algo” sino “Alguien”: el Señor, que de modo sacramental actualiza en cada momento de la historia su Pascua, su sacrificio Pascual. Es esta presencia real del Señor en la Eucaristía, lo que constituye el fundamento primero de la devoción y del culto al Santísimo Sacramento. Ahí está Cristo, Dios y hombre verdadero. En Él creemos y a Él adoramos. Cuando la Iglesia nos llama a adorar a Jesús Sacramentado, a pedirle dones espirituales y temporales, a confiar en Él, manifiesta su viva fe y expresa su gratitud con sencillez y gozo a su Señor.

Jesucristo no sólo es el centro de la historia de la Iglesia, sino también de la historia de la humanidad: todo se recapitula en Él38; «es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones»39. Junto con toda la tradición de la Iglesia, nosotros creemos que bajo las especies eucarísticas está realmente presente Jesús.

Una presencia -como explicó muy claramente el Beato Papa Pablo VI- que se llama «real» no por exclusión, como si las otras formas de presencia no fueran reales, sino por antonomasia, porque por medio de ella Cristo se hace sustancialmente presente en la realidad de su cuerpo y de su sangre40. Por esto la fe nos pide que, ante la Eucaristía, seamos conscientes de que estamos ante Cristo mismo41.

“¡Gran misterio la Eucaristía!”, exclama san Juan Pablo II. El Señor, real y verdaderamente presente en la Sagrada Eucaristía, es fuente de fortaleza para permanecer en la fidelidad y el amor a Dios y a los hermanos. La Eucaristía nos da fuerza interior, como asegura san Pablo cuando escribe: «Cada vez que comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva». Es necesario, entonces, que cada fiel asimile, en la meditación personal y comunitaria, los valores que la Eucaristía expresa, las actitudes que inspira, los propósitos de vida que suscita. Porque es el alimento para todos: “Levántate y come, porque el camino es largo”.