La fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, fue introducida en España en 1973. Posteriormente fue solicitada por numerosos Episcopados de todo el mundo.

Se celebra el jueves posterior a la solemnidad de Pentecostés. Tiene categoría de fiesta y cuenta con textos propios para la Misa y para el Oficio. En muchas diócesis se celebra también en este día la Jornada de santificación de los sacerdotes.

Esta festividad sacrosanta ha de ser para todos los católicos un día intensamente sacerdotal. Un día para amar el sacerdocio de Jesucristo prolongado en sus ministros. Para agradecer a Cristo este don inestimable.

Ha de ser una jornada de santidad sacerdotal que nos reúna a todos: pastores y seglares, con un solo corazón y una sola alma, para pedir muchos y santos sacerdotes.

Y ha de ser un día para agradecer a los sacerdotes su entrega absoluta.

El sacerdote actúa en la persona de Cristo… Perdona con el perdón de Dios, lleva su Palabra que se encarna en su propia palabra, perpetúa la presencia real de Cristo entre nosotros… Si a veces nos defrauda su insuficiencia personal, pensemos que a Dios no le ha estorbado. Consideremos el peso de la dignidad divina que lleva dentro. Y ¡cuántas veces no habremos ayudado a tal o cual sacerdote a superarse! ¡Cuántas lo habremos hundido más aún en el aislamiento, con la incomprensión y la maledicencia!

Es momento de hablar con valentía de la vida sacerdotal como de un valor inestimable y una forma de vida espléndida y privilegiada, porque se funda en la Palabra irrevocable de Dios. Porque el sacerdote está al servicio de todos los hombres.

Como sabemos, el Nuevo Testamento no utiliza el término sacerdote para referirse a los ministros de la comunidad. Lo reserva para denominar a Cristo (cf. Hb 6-10) y al pueblo de Dios, todo él sacerdotal (cf. 1Pe 2,9).

En relación con Cristo, la carta a los Hebreos interpreta su sacrificio, en oposición a los sacrificios de los sacerdotes de la antigua alianza, como el nuevo, único y definitivo sacerdocio: «Así también Cristo no se apropió la gloria de ser sumo sacerdote, sino que Dios mismo le había dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice también en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre igual que Melquisedec» (Hb 5,5-6). La misma carta añade: «Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos» (Hb 9,11).

Mediante el bautismo, todos hemos sido configurados con Cristo Profeta, Sacerdote y Rey. Nuestra vida es sacerdotal en la medida en que, unida a la suya, se convierte en una completa oblación al Padre.

.Texto extraído de la revista AVE MARÍA, número 763