XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

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Este domingo la enseñanza de Jesús se refiere precisamente a la verdadera sabiduría y está introducida por la petición de uno entre la multitud:

«Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia»… Jesús, respondiendo, pone en guardia a quienes lo oyen sobre la avidez de los bienes terrenos con la parábola del rico necio, quien –habiendo acumulado para él una abundante cosecha– deja de trabajar, consume sus bienes divirtiéndose y se hace la ilusión hasta de poder alejar la muerte… El hombre necio, en la Biblia, es aquel que no quiere darse cuenta, desde la experiencia de las cosas visibles, de que nada dura para siempre, sino que todo pasa: la juventud y la fuerza física, las comodidades y los cargos de poder. Hacer que la propia vida dependa de realidades tan pasajeras es, por tanto, una pura y llana necedad.

El hombre que confía en el Señor, en cambio, no teme las adversidades de la vida, ni siquiera la realidad ineludible de la muerte: es el hombre que ha adquirido “un corazón sabio”, como el de los santos… Como bien lo sabemos, empeño común de los santos fue siempre el de salvar a las almas y servir a la Iglesia con sus respectivos carismas, contribuyendo a renovarla y a enriquecerla. Estos hombres adquirieron «un corazón sabio» (Sal 89, 12) acumulando lo que no se corrompe y desechando cuanto irremediablemente es voluble en el tiempo: el poder, la riqueza y los placeres efímeros. Al elegir a Dios, poseyeron todo lo necesario, pregustando desde la vida terrena la eternidad y dando en todo momento un testimonio claro de que: «Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión» (Ecl 1, 2)

El Señor nos ofrece la oportunidad de apartarnos de los caminos habituales y de reencontrar paz y reposo en los bienes que no pasan ni pierden su valor. Jesús nos enseña a acumular riquezas no en la tierra, sino en el cielo, de manera que busquemos crecer en la fe y en las buenas obras… Para los cristianos, el verdadero tesoro que debemos buscar sin cesar –como nos lo recuerda hoy San Pablo– se halla en «las cosas de arriba, en los bienes del cielo, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios» (Col 3, 1-3). ¡Que logremos «despojarnos del hombre viejo y revestirnos de Cristo», como hemos oído tan atinadamente también en la segunda lectura de la carta a los Colosenses. [Sintetizado de: Benedicto XVI, Ángelus, 1-VIII-2010].