Antes de que emanemos un juicio puramente estético de la obra, y un muy válido tenor en el campo de la historia, quiero que veamos desde un ángulo diferente esta pintura hoy. Podemos considerar que este símbolo pagano de la belleza también es un icono del trascendental que representa en la realidad del ser. Explico un poco, aunque represente la belleza para el mundo griego, se ha hecho también un símbolo para nosotros.

La pintura contiene en esta reflexión tres puntos importantes, Venus, el mar y quienes le acompañan; expuestos ahora como la belleza, el lugar y la sociedad o contexto. ¿Dónde es posible pues, en esta metáfora, que nazca Venus, que nazca la belleza? En cualquier mar que pueda fecundarla y en cualquier lugar que tenga quién la reciba. La belleza de la vida no solo es parte de las cuestiones estéticas o del espectro que tenemos como bello, va al fondo del corazón, a la más profunda realidad de nuestro ser, por se lo llamamos trascendental.

El nacimiento de Venus no podría darse sin un mar y sin quién la reciba. Así, la belleza en nuestra vida no se puede dar sin un lugar, una realidad concreta, y aquellos que esperan el nacimiento de la vida en el corazón de alguien. Un claro ejemplo brota de esta imagen.

Supongamos que una persona sucia, desarreglada, con algunos días sin aseo, tirada en la calle, sonríe ante la mirada de un niño, entonces el niño se acerca, lo ve sin temor y le da un abrazo de gozo, sencillo, con el corazón. Esta muestra es un nacimiento de la belleza que no ocupa potra cosa para salir a la luz que un lugar y quién la reciba. Cada que veo este cuadro de Botticelli recuerdo la presencia de la imagen de Dios en nuestras vida, su presencia que hace brotar de cualquier instante y en cualquier lugar una flor de su belleza tan clara, un nuevo nacimiento de Venus•