EN ESPERA DEL NUEVO PASTOR

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Estamos en espera del nuevo Pastor de nuestra diócesis de San Juan de los Lagos; este acontecimiento exige a todos, sacerdotes y fieles, una reflexión y oración para vivirlo a la luz de la fe y como miembros vivos de la Iglesia.

En el encargo dado a los Apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20). “Esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles tiene que durar hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los Apóstoles se preocuparon de instituir […] sucesores” (LG 20).

Cuando una diócesis espera la elección de su nuevo Obispo, en el pueblo surgen diversos comentarios sobre el punto. Muchos piensan que la Iglesia sigue los mismos sistemas que en la política para elegirlos, por ejemplo: Dice que se busca el poder a cualquier precio; que hay candidatos haciendo su propia campaña; que el candidato busca conectarse con sus superiores eclesiásticos para lograr sus propósitos cueste lo que cueste, aún utilizando el soborno y los “regalitos”; que los puestos religiosos son una ocasión de mejorar económica y socialmente; que hay escalafón en los cargos y que se sube según los méritos o las “palancas”.

También, cuando se espera la toma de posesión del nuevo obispo, más si pasa de sacerdote a obispo, la gente suele preguntarse muchas cosas, por ejemplo: por que hay obispos? ¿Desde cuándo y cómo surgieron en la Iglesia? ¿Quién los invitó y cuál es su oficio? ¿Qué pasos se siguen para llegar a ser obispo? ¿Cuál es el escalón de sacerdote a Papa?

La Iglesia no debe imitar a los sistemas políticos para elegir a sus pastores, sino que debe seguir los ideales de Jesucristo. San Pablo, consientes de ello, cuando escribe a uno de los primeros obispos de la Iglesia, a Timoteo, dice:

“Es cierto esta afirmación: Si alguno aspira al cargo de obispo, desea una noble función. Es, pues, necesario que el obispo sea irreprensible, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pleitos, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus fieles con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, como podrá cuidar a la Iglesia de Dios?. Que no sea neófito, no sea que, llevado por la soberbia, caiga en la misma condenación del Diablo. Es necesario también que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito y en las redes de Diablo” I Tim. 3,1-7.

Creemos, además, que es el Espíritu Santo quien dirige a aquellos encargados de elegir al obispo, ya que al hacer las veces de Jesucristo Pastor, va a ser Signo visible de Jesucristo como Sacerdote Salvador. Por eso dice el Ministerio Pastoral de los Obispos:

“La Iglesia es en Cristo un sacramento, esto es signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género  humano, a fin que los creyentes tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef. 2,18).

Por medio de la Iglesia visible, Cristo está presente entre los hombres y continúa su misión dando a los fieles su espíritu Santo. Por esta causa, el cuerpo de la Iglesia se distingue de todas las sociedades humanas; en efecto, no se funda y apoya en las capacidades personales de sus miembros, sino en la íntima unión con Cristo, quien recibe y comunica a los hombres la vida y la energía” (cap. 1).

Completando, el Vaticano II afirma que “El oficio que el Señor confió a los pastores de su pueblo es un verdadero SERVICIO” (CH. D 11-13).
Para responder finalmente a las preguntas y dudas, el citado documento dice:
“Cristo Señor, antes de subir al cielo, así como El había sido enviado por el Padre, así también él envió a sus Apóstoles, santificándolos por medio del Espíritu Santo para que ellos, a su vez, glorificasen al Padre sobre la tierra y salvan a los hombres, para edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
Los Apóstoles, a su vez, fueron dejando como sucesores a los obispos, confiándoles a su mismo oficio como maestros.

Los Obispos, por tanto, son enviados a gobernar la Iglesia de Dios como pastores de las almas, a fin de que, en un unión con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y bajo su autoridad perpetúen la obra de Cristo Pastor Eterno” (ns. 12-13).