“La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a su padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”.

Así describía Sócrates, el antiguo filósofo griego que vivió en el siglo V antes de Cristo, a la juventud. De modo que estas u otras expresiones no tienen nada de novedad, pero tal vez sí un prejuicio, justificado o no, respecto a los jóvenes: Al joven no le interesa su futuro.

Durante esta próxima semana, del 22 al 27 de enero, miles de jóvenes, provenientes de diversos países se reunirán en Panamá para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud, evento que tiene como objetivo ofrecer a los jóvenes un espacio abierto y de convivencia para compartir y reflexionar juntos sobre los temas fundamentales de la existencia.

Si bien es cierto que la Jornada Mundial de la Juventud es un evento organizado por la Iglesia Católica, es bueno recordar que no es exclusivo para jóvenes católicos, y están llamados a participar todos aquellos jóvenes de buena voluntad que quieren comprometerse y luchar por un futuro mejor.

Durante los días de la Jornada Mundial de la Juventud, los jóvenes tendrán la oportunidad de reflexionar juntos sobre diversos temas, hacer y escuchar propuestas, intercambiar ideas y así afrontar, cada quien en su propio país, el desafío de ser joven en la actualidad.

Albert Einstein afirmó alguna vez: “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Mientras no se rompa el prejuicio que pesa sobre los jóvenes y se les siga viendo más como un problema que como la solución al problema, seguiremos escuchando una y otra vez lo que hace 2500 años escribió Sócrates.

En esta Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco ha optado por animar los proyectos y orientar los esfuerzos en la búsqueda de un mundo mejor teniendo en cuenta la sencillez y la fe de María: “He aquí la sierva del Señor. ¡Hágase en mí según tu Palabra!”.

La sencillez de una joven que supo escuchar la voz de Dios, meditando en su corazón la riqueza de esa Palabra, y que diciendo sí, dio paso al proyecto redentor que nos trajo la salvación.

Si los jóvenes, a ejemplo de María, dejan que la Palabra se encarne en su propia vida, asumiendo las actitudes del Reino “que no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17), entonces todos nos veremos beneficiados, pero antes, nos corresponde abrir las oportunidades, despejar el camino, quitar los prejuicios y confiar en la acción del Espíritu, que sigue impulsando la vida de la Iglesia.

Los jóvenes no son el problema, sino la solución a los problemas. Necesitan pues verdaderas oportunidades, pero “no entran las letras en la mente de un pueblo con el estómago vacío”, así que antes de pensar en acceso a la educación y las oportunidades de empleo – que mucho se necesitan – habrá que mirar a las familias y sus necesidades básicas. Esos son temas fundamentales para la existencia, que llaman al compromiso social•