En 1884, en San Juan de los Lagos, la fiesta de la Virgen de la Candelaria era una fiesta mariana sin relieve y sin renombre, en tanto que la fiesta de la Inmaculada era la gran fiesta muy populosa y muy reconocida en todo el país, tal vez también, por su Feria secular y sin par.

Y menciono ese año 1884, porque en él comenzó a cambiar la fiesta de la Candelaria, las numerosas peregrinaciones, organizadas unas, pero espontáneas la mayoría, que terminaban confluyendo al gran río del Santuario de Nuestra Señora de San Juan, comenzarían a cambiarse del 8 de diciembre al 2 de febrero. En ese año de 1884 algunos pastores, también peregrinos, juzgaron la Candelaria como una fiesta más piadosa, sin tanta gente ni tantos ruidos y peligros a que se exponían con los vicios que conllevaba la Feria de San Juan siempre establecida para el  8 de diciembre.

Pero, ¿quién pudo cambiar el curso de tan impetuoso río de tantos peregrinos y peregrinaciones? Pues, la Virgen de San Juan. Si Ella hizo posible el milagro de la fe, bien pudo cambiar la fecha. Ella –quede muy claro- era y sigue siendo el principal motivo de que tanta gente venga a San Juan. Ella, suavemente, poco a poco, y con el tiempo, los movió hasta ser lo que es hoy: una millonada y más de peregrinos que, en torno al 2 de febrero, vienen fascinados por la Virgen y se van enamorados de la Virgen de San Juan.

Por eso pienso que lo que pasa en San Juan, no es nada natural, sino sobrenatural. No se explica, sino por la fe y el amor, el venir en pleno invierno a un lugar de encantos muertos y semidesértico. No se explica venir muchos a pie y en jornadas de días, muy sacrificados y sufridos. No se explica pasar malas noches y agotadores días solo por deporte. No se explica sufrir cansancios sobre cansancios, mal comidos, y todo para estar, fugaces minutos, apretujados ante la radiante imagencita de Nuestra Señora de San Juan que nos hace sentir viva a la Madre de Dios y Madre Nuestra. Díganme, si no es esto el gran milagro de la fe, que mueve montañas de gentes.

La diminuta imagen de la Virgen, bien parece ser la semillita de mostaza, que se ha convertido en un gigantesco árbol que con sus ramas cobija a todos sus amados peregrinos y escucha todas sus súplicas y acciones de gracias.

No cabe duda que la Virgen de San Juan, la Madre de Dios, hace el milagro de mover multitudes que se sienten atraídos por Ella. Y los mueve a buscar sólo las cosas de Dios, y también hace el milagro de que, cada año, lo vuelvan a repetir esta venturosa gracia.

Este fenómeno de fe de multitudes, este milagro, cierto que no es tangible, y no es noticia para nuestras pantallas de comunicación social que sólo cuentan los miles de peregrinos. La Candelaria es el gran negocio para el Pueblo de San Juan. Y para los sacerdotes, que ahí servimos, es un trabajo abrumador que da salud y gracia. Pero, creo que, a todos, nos falta fe para ver ese milagro de fe de los peregrinos de San Juan, porque ellos, sin hablar, siempre nos evangelizan. ¡Cuánta fe junta y cuántos creen!